A principios de este invierno, charlamos con integrantes de Abofem Argentina, una organización que apunta a deconstruir el derecho, incorporar la cultura de la escucha y la perspectiva de género en las prácticas profesionales y en los pasillos de los tribunales. Repasamos acciones del colectivo, causas pendientes y la difícil conciliación entre activismo y vida personal.

Reportaje: Eloísa Oliva
Fotos: Clara Muschietti para Fondo de Mujeres del Sur

Por la ventana del bar antiguo y elegante en el que nos reunimos con Melisa y Sandra (fundadora y socia temprana de Abofem Argentina respectivamente), se ve el Palacio de Tribunales. Estamos en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Ese edificio de siete pisos, estilo neoclásico, alberga la sede del Poder Judicial y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Pareciera fácil: no hay más que cruzar una plaza para llegar a esa fábrica de decisiones. No son decisiones cualesquiera, sino de las que afectan vidas.

Pero lo que pasa en esos pasillos, para las personas ajenas al funcionamiento de la Justicia, siempre tiene algo de opaco, indescifrable. De distancia y ceremonia. Es en ese grado de opacidad y distancia en el que insisten y trabajan las Abofem (Abogadas Feministas). Es ese grado de opacidad el que intentan perforar, haciendo preguntas incisivas y planteos que traen un “manto de realidad” a resoluciones hechas en escritorios remotos para las y los comunes. También, desarticular algo de esa distancia que se impone como práctica.

LA ORGANIZACIÓN

Abofem Argentina surge en 2018 y por contagio. “A fines del 2017, yo estaba atravesando un momento de mucha molestia. Sentía que a la profesión le faltaba algo. Como que había falta de cohesión, la abogacía puede ser muy solitaria”, cuenta Melisa. Al tiempo, se reunió con unas colegas chilenas, que habían ido a Buenos Aires por un Congreso de Derecho Penal. Ellas contaron que habían fundado Abofem en su país, que eran más de diez mil abogadas, y que habían causado una revolución.

“Yo me quedé obnubilada, no podía creer lo que estaba escuchando. Terminó esa reunión y dije: ¡Hay que hacer Abofem Argentina!”. Así fue como en octubre de 2018 nació la asociación.

Lo primero que hicieron fue abrir una convocatoria para que se sumaran colegas. Una de las ideas era lograr que la organización fuera federal y que, además, fuera “un espacio en el que las abogadas podamos brindarnos, pero brindarnos hacia adentro”, dicen.

“Era muy claro que el objetivo era deconstruir el derecho. Y cada vez hablábamos con más colegas que les pasaba lo mismo, que profesionalmente se sentían muy solas, que querían compartir su conocimiento. Que solo necesitaban un espacio seguro para hacerlo, para acompañarnos”, suman.

Sandra acababa de ser madre cuando se creó Abofem. En algún momento de la charla, contará cómo redactaba oficios y contestaba mensajes con una mano, mientras con la otra sostenía a Ema, hoy de cinco años. Más adelante hablaremos también de cómo este es un espacio amigable para militar y maternar.

Ahora, mientras en el bar concurrido y bullicioso se abre la puerta seguido y pasan abogados y abogadas a tomar su cafecito matinal, se ven trajes, corbatas y zapatos de taco alto, Sandra tira una clave que cruza la manera de pensar la organización: “A las abogadas (y abogados) nos entrenan para hablar, no para escuchar”.

APRENDER TODO DE NUEVO

En 2020, aisladas y cada quien en su casa, decidieron impulsar capacitaciones, y empezaron a crecer a niveles exponenciales. De un mes a otro, pasaron de tener tres o cuatro filiales a tener diez o doce en todo Argentina. Llegaron a ser 200 abogadas asociadas, sin contar a las estudiantes de los ciclos de formación.

¿De qué se trataban esos ciclos? De todo. “Por ejemplo, nos dimos cuenta que salimos de la Facultad sin formación en género”, explican. Guiadas por aquella idea de la escucha y la necesidad de trabajar en conjunto, las capacitaciones de Abofem apuntaron a desarmar lo aprendido: “desarmar lo que nos enseñaron en la Facultad, porque está mal”, rematan.

Primero más orientadas a la teoría, y después a la práctica profesional, abarcaron un amplio arco: “Todo lo que te puedas imaginar: procedimientos, litigios, etcétera”, ilustra Melisa. La idea era generar un espacio de formación y colaboración, para socializar el conocimiento.

Como era de esperar, los procesos no estuvieron exentos de complicaciones, rispideces, idas y vueltas. “Sabés lo que es desarmar una abogada y decirle: vas a escuchar, no vas a hablar; vas a hacerlo de forma gratuita; vas a formarte. Acá no vas a competir con la otra, somos pares, no enemigas. Hay gente que se la banca, y gente que no”, relatan.

Sandra dice que es esa la lucha más grande que tienen dentro de la organización: no competir, porque, agrega, “nos entrenan para competir entre nosotras”. Melisa aporta que la profesión es muy individualista, y que cuesta muchísimo el trabajo colectivo. “Sacar a las abogadas a la calle es uno de los desafíos más grandes que hemos tenido. Porque no te preparan para eso, te preparan para los saquitos, el lugarcito”.

ACCIONES

Melisa se remonta de nuevo a 2018, cuando Abofem recién nacía y se mediatizó el caso de Thelma Fardín [1], actriz argentina que denunció penalmente por violación al también actor Juan Dartés. En aquel momento, se dispararon las consultas en sus redes. Entonces decantó una necesidad: brindar asesoramiento jurídico gratuito.

Esa idea se transformó en un dispositivo en colaboración con la Red de Psicólogxs Feministas, una Consejería Psicolegal gratuita. “Nos han querido denunciar colegios públicos de abogados –y digo de abogados porque es de abogados, reforzando el masculino– por difundir que íbamos a brindar asesoramiento jurídico gratuito”, remata Sandra.

“Nos metimos en cada una”, dicen, un poco entre risas, rememorando con complicidad las acciones emprendidas, entre las que destacan una en particular: la vez que impugnaron las postulaciones para cubrir vacantes a un concurso público de jueces y juezas en la Cámara Federal.

Por una resolución del Consejo de la Magistratura, único órgano de control del Poder Judicial, se establece que todos las y los postulantes a ese tipo de cargos tienen que acreditar formación en género. Con esa base, chequearon casi 500 currículums dos días antes de que cerrara el plazo para presentar la impugnación. Cerca del 90 por ciento de los currículums no acreditaba la formación en género requerida.

Entonces fueron a impugnar. “Pandemia. Lluvia torrencial. Toda la ciudad inundada, nosotras empapadas. Entramos chorreando agua al Consejo de la Magistratura. Nadie nos quería firmar la presentación. Era una papa que quemaba, no había quién la quisiera agarrar”, cuentan.

La impugnación la hicieron en nombre de Abofem. Días después, Mariana Carbajal, periodista del diario Página/12, publicó el listado de postulaciones impugnadas, detallando el nombre de cada juez y cada jueza que no tenían formación.

“Yo estaba en Chivilcoy, me mentí a mí misma, me engañé y dije: voy a tomarme unos días de vacaciones (risas). Estallaba el celular. Me escribían jueces y juezas, sobre todo juezas, justificándose, diciéndome que sí tenían la formación en género. Me querían mandar lo que habían hecho. Una incluso me amenazó con que ya nos íbamos a volver a encontrar”, cuenta Sandra.

“Es que nos pasa eso. Nos metemos con señoras juezas y señores jueces que después nos tocan en una causa, y nos tienen que sacar alguna asistencia, y lo saben”, concluye Melisa.

Si bien el Consejo decidió esa vez no hacer lugar a la impugnación, a raíz de la misma la exigencia de formación en género se volvió mucho más rigurosa en los siguientes concursos.

MATERNIDADES

Según cuentan sus integrantes, Abofem levanta una gran bandera en relación a las maternidades y los cuidados. “El feminismo nos debe mucho a las madres, todo el tiempo nos está queriendo dejar afuera y no nos vamos”, dice Sandra, y sigue: “Yo me sumé con una hija de meses, muy chiquita. Me pasaba que no encontraba lugares de militancia dentro del feminismo en los cuales me sintiera cómoda. Yo había gestado por deseo, por decisión, y quería pasar tiempo con mi hija, quería cuidar. Así que si algo me enamoró de Abofem fue que me abrió las puertas con todo el paquete: vengo acompañada, y con la mamadera”.

La primera actividad que armó entonces para la organización fue un conversatorio con la Colectiva de Maternidades Feministas, en Casa Brandon, espacio histórico de luchas feminsitas y lgbt de la ciudad de Buenos Aires. “Cuando las compañeras me vieron a mí con Ema y la mochilita, dijeron: qué bueno que puedo traer a las nenas».

Así fue cómo las reuniones de la organización empezaron a hacerse en lugares que tenían pelotero. Les niñes jugaban y, en la mesa, se discutía cómo revolucionar el mundo del Derecho.

LA GRAN CAUSA PENDIENTE

Ya es mediodía y el ruido del bar cambió. Ahora se escucha el entrechocar de los cubiertos mientras los mozos arman el servicio de almuerzo. Sigue siendo un día frío con sol, y vamos a cruzarnos en unos minutos a la plaza, a sacar fotos frente al Palacio de Justicia vallado. Pero antes hablamos de la causa que moviliza y resume todas las demás luchas de Abofem: la Reforma Judicial Feminista [2].

“El gran problema está ahí, en el Poder Judicial. Son quienes tienen la última palabra en cuanto a declarar derechos, a interpretar leyes. Porque leyes hay un montón y hermosas, no tenemos un problema legislativo”, resumen.

Y cargan contra la formación de base: “Esa cuestión individualista, poco empática, sin mirada de los cuidados, sin deconstruir el derecho; todo eso es un problema. En el ejercicio, en cómo te manifestás como profesional, o como juez o jueza”.

El eje que consideran central para pensar cualquier transformación es el de los abordajes. “Es algo que hoy, con no tanto recurso, se puede pulir. Por ejemplo, en casos de violencias, la falta de formación con respecto a cómo abordar una situación de ese tipo. Si el primer contacto al momento de denunciar fracasa, hace que cuando las cosas llegan al sistema judicial ya vengan porfiadas, ya entren mal”.

Melisa continúa: “Cuando les pedimos, sobre todo a las mujeres, que vayan y denuncien, porque necesitamos que denuncien, si el sistema las rebota desde ese primer momento, la sensación que se termina generando es de frustración, y cuando llegamos nosotras es tarde”. Hay casos en los que te llaman y te dicen ‘mirá, no me tomaron la denuncia porque no tienen tóner para imprimir’. Y vos pensás: anotala en una servilleta, mandala por WhatsApp, por email, podés tomar la denuncia y decirle a la mujer que vuelva cuando compren el tóner y se pueda imprimir. Pero la denuncia la tomás, es una obligación”.

“La falta de creatividad tiene que ver justamente con no tomar en serio las violencias”, suma Sandra. Y se refieren ambas a las juezas y jueces: “No toman dimensión, no toman conciencia de que de ellos dependen muchísimas vidas. Me ha pasado que se tomen un mes para firmar un oficio para que una madre cobre una cuota alimentaria. ¡No comen esos chicos, señor, si usted no firma! ¡Fíjese dónde pone las prioridades! No alcanzan los cursitos de Ley Micaela [3]”, rematan.

Melisa le pide a Sandra que cuente un caso de 2020, en plena pandemia. Una clienta, que vivía en ciudad de Buenos Aires decide mudarse a Chivilcoy (provincia de Buenos Aires) porque le era imposible pagar el alquiler. Se había quedado sin trabajo y en Chivilcoy tenía su casa. El ex marido interpuso una acción para impedirle que mude a sus hijes. La jueza acató, y pidió que la mujer presentara un domicilio en la ciudad en el marco de las siguientes 48 horas. Caso contrario, les niñes iban a vivir con el papá.

A Sandra se le ocurrió una solución: que el domicilio a presentar sea una carpa frente a Tribunales. Lo único que le alcanzaba con la plata de la indemnización, había dicho la clienta. Entonces, pusieron la dirección de la plaza y constituyeron el domicilio legal en ese lugar. Cuando las citaron a la audiencia, el asesor de menores le preguntó: “¿Usted es la colega de la carpa? Le pido por favor que no mude a les niñes ahí porque hace mucho frío».

“Había que interpelarlos” continúa Sandra. “Hay algo que tiene que ver con los privilegios. Nosotras trabajamos con vulnerabilidades, con mujeres y personas en estado de vulnerabilidad, casos en los que el privilegio desaparece. La norma existe, pero hay que reinterpretarla”.

Melisa y Sandra repasan otros casos en los que se repiten las mismas cosas: la dificultad para hacer valer la cuota alimentaria, la prioridad de jueces y juezas que muchas veces deciden sin contexto, sin perspectiva de género ni de niñez. “Detrás de esos escritorios, pierden sentido de la realidad”, concluyen. Es esa cuota de realidad lo que la Reforma Judicial Feminista puede aportar al poder más discrecional de la democracia argentina.

[1] En diciembre de 2018, Thelma Fardin junto al colectivo Actrices Argentinas denunció públicamente un abuso sexual agravado contra Juan Darthés, ocurrido en Nicaragua en 2009, cuando ella tenía 16 años y él 45. Ambos participaban de una gira de la tira Patito Feo. La justicia de Brasil, país en el que los hechos fueron juzgados, absolvió al actor. Más información y un análisis del caso en esta nota: https://latfem.org/quien-dijo-que-era-facil/

[2] En Argentina, se presentó el jueves 29 de junio la Campaña Nacional por la Reforma Judicial Feminista, cuyos ejes centrales son: democratización del Poder Judicial y la transversalización de la perspectiva de género, diversidad e infancias, interculturalidad y derechos humanos en todo el sistema judicial. Más información en: https://www.facebook.com/reformajudicialfeminista

[3]La ley 499, conocida como Ley Micaela, establece la capacitación obligatoria en género y violencia de género para todas las personas que se desempeñan en la función pública, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Nación (Argentina). Se llama así en conmemoración de Micaela García, una joven entrerriana de 21 años, militante del Movimiento Evita, que fue víctima de femicidio en manos de Sebastián Wagner. Fue promulgada en 2019. Más información: https://www.argentina.gob.ar/generos/ley-micaela

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