Se cumplen diez años desde que las integrantes de la Asociación de Pescadores Artesanales de las Lagunas Costeras (Apalco) comenzaron a defender la biodiversidad de esta área protegida, y su autonomía económica en clave de sororidad.
Reportaje: Carla Alves
Fotografía: Mara Quintero
“Siempre digo que la laguna a nosotras nos da todo. Ni muertas nos queremos ir de acá. Creo que a todas nos pasa lo mismo”, dice Beatriz, presidenta de la Asociación de Pescadores Artesanales de Lagunas Costeras (Apalco) desde 2009, y parte de las 15 familias de pescadores que, a través de cinco generaciones, viven en las orillas de la Laguna de Rocha, en Uruguay.
Es el mediodía de un domingo y en ese inmenso espejo de agua calma que es la laguna resplandece el sol. Sobre los bordes del agua algunas niñas y niños juegan mientras más comensales van llegando a la Cocina de la Barra. El deleite es con las empanadas de camarón y los lomitos de pejerrey, solo algunas de las recetas que preparan las mujeres que integran la Cocina, hace diez años. Hoy están Beatriz, Andrea, Natalia, Valeria, Paola, Elizabeth, Mariana y Leticia.
Mientras arma croquetas de siri, Beatriz cuenta que todos los fines de semana se prepara en el momento el menú, que puede variar dependiendo de lo que se pesque en el día, ya que lo que se vende es únicamente lo que la laguna produce.
Entre semana, algunas de las cocineras también pescan, como Andrea, que sale sola en su bote. A ella le encanta esa actividad: “He intentado hacer otras cosas, pero no, lo que más me gusta es esto, y lo hago a mi manera y a mi ritmo. Fue lo que me enseñaron, lo que me inculcaron, y yo se lo quiero enseñar a mi hija, aunque ya me dijo que va a ser futbolista”, cuenta, un poco entre risas.
Beatriz no sale a pescar, pero aclara que hay otros trabajos vinculados que han sido siempre hechos por las mujeres de la laguna, los cuales son engorrosos y muchas veces invisibilizados: limpiar el pescado y el cangrejo, deshuesarlo y venderlo.
El camino hacia la autonomía económica
En 2010, la Laguna de Rocha, una superficie de 72 kilómetros cuadrados, se declaró área protegida, debido a su gran biodiversidad. La laguna alberga diversas especies de peces, así como cangrejos, camarones y moluscos, además de aves como las garzas, gallaretas, gaviotas, gaviotines, cigüeñas y rayadores, y se encuentra en contacto con el Océano Atlántico a través del cordón de arena de 100 metros, al cual llaman “la barra”.
La historia de la Cocina de la Barra está atada a la incorporación de la laguna al Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). En ese momento, las cocineras vieron una oportunidad ya que la zona, desconocida a pesar de su belleza, se transformaría en un atractivo turístico, lo cual requeriría brindar algún tipo de servicio a los potenciales visitantes.
Un año antes, el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) de Uruguay había llegado a la laguna con el ofrecimiento de un fondo para que Apalco llevara adelante un proyecto. En ese momento, los varones lideraban la asociación y pretendían desarrollar la acuicultura de camarón, que consistía en crear cercos para su cría, dado que no todos los años hay producción. El proyecto fracasó porque no fue aprobado por el SNAP. Ante esto, los varones desistieron: “Se encerraron, siguieron pescando y listo”, contó Beatriz.
No obstante, las mujeres observaron que esos recursos continuaban disponibles y decidieron que no desaprovecharían la oportunidad, ya que precisaban fondos para comenzar el emprendimiento y no podían obtenerlos de otra manera. “Quizás sea la única oportunidad que tenemos”, pensaron. Cuando volvieron a contactarse con el MGAP, les ofrecieron otra vez financiación para un emprendimiento productivo. Así nació la Cocina.
“Cuando se nos dio la oportunidad de hacer este emprendimiento, nosotras lo que queríamos era, en principio, que no viniera nadie de afuera y pusiera un súper restaurante que hiciera que cambiara todo. Porque nosotras vivimos acá en la laguna toda la vida.
Nosotras somos cocineras, y también somos pescadoras”, cuentan, y agregan: “Pensamos que mejor lo hacíamos nosotras, antes de que viniera alguien de afuera que no respetara el lugar”. La instalación de la Cocina cambió para siempre la vida de las pescadoras y también la de su comunidad. Por primera vez, las mujeres alcanzaron la independencia económica y fueron ellas las que conquistaron avances importantes para la zona: la llegada del agua potable, la electricidad y el camino para que las niñas, niños y adolescentes pudieran concurrir a los centros de estudio.
“Nosotras siempre trabajamos a la par del hombre, hasta puedo decirte que más. Mi madre, por ejemplo, aunque no le gustaba mucho salir a pescar, estaba desde que llegaba mi padre con el pescado y era la última en terminar, porque era la que lavaba todas las cajas, acomodaba, entregaba el pescado al comprador, pero la plata no era de ella. Nosotras ocho cambiamos a eso”, celebra Beatriz.
No fue fácil. Cuentan que trabajar en la cocina significó un cambio importante en la dinámica de las familias, especialmente en aquellas con hijes pequeñes, dado que las tareas de cuidado continuaban recayendo en las mujeres. Sin embargo, hubo un proceso de adaptación a través del cual el trabajo en el hogar se empezó a repartir con los varones.
Las mujeres, además, pudieron adquirir por primera vez sus propios vehículos y obtener las licencias de conducir. Anteriormente, para salir de la laguna debían tomar un taxi o subirse a la camioneta que llevaba a las niñas y niños a la escuela. Al ver el progreso, muchos varones comprendieron que el proyecto era finalmente algo bueno y comenzaron a colaborar, por ejemplo, con la construcción de los decks del restaurante y los bancos.
La Cocina también benefició al resto de mujeres de la laguna, que son las encargadas de procesar el cangrejo siri, “el producto estrella”, según dicen. “El cangrejo siri es lo que nosotras hacíamos y lo que siguen haciendo las que quedan en la casa. Son las mujeres las que le sacan la pulpa, y ese es su ingreso, no tanto el pescado, que sigue siendo de los varones”. Para extraer la pulpa de siri, durante una hora y media las mujeres deben limpiarlo en la orilla de la laguna, deshuesarlo, diseccionarlo, hervir la pulpa blanca primero y luego la parte negra de las pinzas. Todo esto para obtener apenas un kilo.
“Nosotras cambiamos a toda la comunidad, hasta a los veteranos; hasta mi padre cambió. Él sale encantado de la vida a pescar para que no nos falte y está agradecido”, expresa Beatriz.
Actualmente, Apalco se sostiene gracias al emprendimiento gastronómico. “Tratamos de que se mantenga todo por lo que tanto luchamos, lo que tanto hicimos para tener todos los papeles de la asociación al día, la cuenta en el banco”, comenta Beatriz.
La desprotección de la laguna
Con la incorporación al SNAP, comenzó a sesionar la Comisión Asesora Específica (CAE), la cual integran la Dinara, la Dirección Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos,
la Intendencia de Rocha, la Dirección de Pesca Artesanal, la Dirección de Ambiente, el Municipio de La Paloma, y pescadores y productores locales. Fue en este espacio donde se planteó la necesidad de contar con electricidad y de proteger la zona de la pesca depredadora, que atenta contra la biodiversidad, así como contra las fuentes de trabajo de quienes sí son conocedores de los ciclos de la laguna y la respetan. Sin embargo, la CAE no sesiona desde hace cuatro años.
Las integrantes de Apalco lamentan que el lugar “está muy descuidado” por las autoridades y que los únicos que respetan las zafras de pesca son los locales. “No hay gente que controle dentro del espejo de agua”, denuncian. En ese sentido, explicaron que, a pesar de los acuerdos de zonas de exclusión para la pesca, así como la definición de volúmenes permitidos, no pueden impedir que extraños lleguen con sus botes y depreden, ya que el Estado otorga permisos para la pesca deportiva, pero luego no controla la actividad.
Como consecuencia, “la pesca ha cambiado, bajó muchísimo”, señalan. Es que, dicen ellas, falta un espacio de discusión y fiscalización. “Todo afecta: las aperturas de la barra, el cómo se hacen y cuándo se hacen, quién tiene más fuerza para pedir que vengan y la abran, que si los productores; que si la ribera se inunda porque dejaron construir cerca del arroyo; qué dejan plantar y qué no, y qué pesticida echan en las plantaciones. En la pesca
pasa lo mismo: quién respeta y quién depreda, cuántas mallas ponen, de qué tamaño. Hay desidia”, concluye Beatriz.
Tejer redes
En estos años, la cocina ha representado un espacio de empoderamiento, no sólo económico y de liderazgo, sino también personal. Y las ha unido para hacerle frente a la violencia de género.
“Aprendimos a hablar entre nosotras y con las técnicas” de la Universidad de la República, que son Cecilia y Ximena. “Antes no te metías. Una sabía lo que estaba pasando la de al lado con su marido y una no se metía. Esas cosas las tuvimos que encarar unos años atrás. Pero nos hicimos fuertes todas”, cuentan.
En el marco del proyecto que llevan a cabo con el apoyo del Fondo Mujeres del Sur (FMS), buscan generar una red de cooperación con otros colectivos de pescadoras que estén insertos en el territorio. Fue con este propósito que viajaron a Chile a conocer a una organización de Valparaíso.
Mientras caía la tarde, nos contaron esta experiencia de viaje. Fue “espectacular”, resumen. Recuerdan que fue la primera vez que viajaban en avión y que la experiencia les permitió ver nuevas posibilidades y valorar sus propios logros. Pudieron comparar y eso les permitió ver que, si bien las chilenas están más avanzadas a nivel legislativo, el ambiente en el que trabajan es mucho más machista que Rocha. Por ejemplo, muchas veces las mujeres no pueden salir a pescar porque los hombres no lo permiten “por temor a la mala suerte”.
Andrea recuerda entre risas que allá, en Chile, intentó entablar conversación con unos pescadores, pero la ignoraban. Hasta que les dijo “yo hago lo mismo que ustedes”, y así consiguió que le prestaran atención. Incrédulos, le empezaron a hacer preguntas. Ella les contó: “salgo en una chalana, a veces salgo sola, a veces salgo con mi marido. Armo mi propia red, tiro la red, pesco, fileteo el pescado y hago los procesos del cangrejo siri y del camarón”. “Me miraban como diciendo: de dónde salió esta”, dice, y se ríe.
“Como toda comunidad vulnerable, a veces hay que lucharla. Y nosotras, que somos mujeres, a veces más, porque la gente y las autoridades escuchan más a un hombre que a una mujer. Se piensan que a nosotras capaz nos pueden pasar por arriba”, recapitulan, y agregan: “Cuando empezamos éramos muy pocas, muy tímidas, pero fuimos cambiando. No somos como antes, vinimos a defendernos”.