De un taller de poesía a una asociación civil, una cooperativa, talleres de artes, oficios y formación política y una serie de dispositivos de acompañamiento y pensamiento, como un área de salud mental y asesoramiento jurídico, una editorial y un colectivo audiovisual. Así puede resumirse, muy a grandes rasgos, el recorrido de YoNoFui, colectivo transfeminista y anticarcelario que existe hace más de 20 años en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Argentina). En esta nota, repasamos su historia, los proyectos, y conversamos sobre trabajo, lenguajes artísticos y la relación con la Justicia.
Reportaje: Eloísa Oliva
Fotos: Clara Muschietti para Fondo de Mujeres del Sur
Primero: del libro a la organización
“Yo trabajaba en un juzgado de instrucción penal y por eso llegué a la cárcel. Fui de visita durante muchos años y, a partir de esas visitas, escribí un librito de poemas que se llamó U3, publicado por Ediciones Del Diego. Por ese libro me convocaron de la Casa de la Poesía de Buenos Aires. En ese momento (2002), la programación se estaba abriendo a lugares poco comunes para la circulación poética, como los hospitales Borda y Moyano, o las cárceles. A mí me llamaron para dar un taller en la Unidad 3”. María Medrano es poeta. Es, también, una de las fundadoras de YoNoFui. Es ella quien toma la palabra para resumir el arco narrativo de la organización que aún sigue impulsando, 20 años después.
Ese fue el inicio. Y una vez que el taller estuvo instalado, vinieron los festivales de poesía adentro del Penal, la salida a lecturas y presentaciones, la publicación de tres antologías y, después, o al mismo tiempo, la organización con las compañeras que salían en libertad.
“Empezamos a juntarnos en nuestras casas. La idea era dar continuidad a ese taller de poesía que había surgido en la cárcel y, por otro lado, seguir acompañando a quienes estaban todavía detenidas. El taller no se interrumpió nunca en todo este tiempo, aunque mutó de poesía a escritura y comunicación”, sigue María. Hoy los talleres se dictan en la ex U3, ahora Complejo Penitenciario Federal IV (Ezeiza) y en Unidad la 47 (José León Suárez), ambas unidades penitenciarias de mujeres.
Cuando empezaron a juntarse afuera, aparecieron también los problemas del afuera. “Estaba buenísimo encontrarnos a escribir poemas y leer poesía, pero lo cierto es que las compañeras necesitaban comer y darle de comer a sus hijxs. Entonces dijimos: hay que hacer algo que genere guita”.
Una compañera tenía una máquina de coser, otra sabía coser, y otra alguna otra cosa. “En principio se armó un taller de costura, era poesía y costura”, dice María, entre risas. “Salíamos a vender. Recorrimos todas las ferias de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores.Después empezó a pasar que amigxs y gente conocida se nos acercaban. Algunxs hacían encuadernación y podían enseñar, entonces toooodas hacíamos encuadernación, o tooodas hacíamos textil (risas otra vez)”.
Más adelante, una organización amiga, el Taller Popular de Serigrafía (TPS), les cedió su espacio en lo que era la Asamblea Popular de Palermo, en la calle Bonpland, en pleno barrio gentrificado de la ciudad. Entre bares modernos, YoNoFui armó un lugar para seguir juntándose, y ahí el espacio fuera del Penal empezó a tornarse más sólido, más real. Además, la gente del TPS les dio los primeros talleres de serigrafía, oficio que sostienen en la cooperativa hasta el día de hoy. “Teníamos en un espacio re chiquito el taller de serigrafía, el taller de encuadernación, el taller de poesía y el taller de costura”, recapitula María.
En ese momento no se llamaban feministas, ni abolicionistas penales, ni colectivo anticarcelario. “Nos fuimos renombrando a lo largo del tiempo, y renombrando lo que hacíamos. Lo que hoy es segundeo[1], por ejemplo, en un principio era apoyo social, que era horrible, después fue acompañamiento”. Por qué ahora se llama segundeo, “porque es la lengua de la calle, la que se entiende. Hay que segundear a una compa que sale”, ejemplifica María.
El lenguaje, cómo nombrarse, cómo nombrar su práctica, es una preocupación que recorre y tensiona la organización, que se mantiene siempre en estado de pregunta. Igual, dicen, que las formas de relacionarse con la cárcel, con el sistema judicial y penitenciario en general.
“Nunca fue nuestro objetivo modificar la cárcel, sino transformarnos con quienes estaban privadas de libertad. La búsqueda no es mejorar la cárcel para hacerla un lugar más vivible, porque siempre pensamos que no es un lugar para vivir. En este momento por ahí decimos que somos antipunitivistxs, que somos anticarcelarixs”, resumen.
Ari, que también está presente en esta charla, agrega: “Nosotrxs decimos que el hecho de haber creado un lenguaje hermético de la justicia es un modo de colonización, porque nos quedamos por fuera. Decimos que nos expropiaron los conflictos”. María agrega:“Y por lo tanto, también la capacidad de resolverlos”.
En Argentina, hay 324 unidades de detención (cárceles), siendo la provincia de Buenos Aires y el Sistema Penitenciario Federal las que más unidades tienen (65 y 31 respectivamente).Al 31 de diciembre de 2021, había en nuestro país 101.267 personas privadas de libertad, lo que implica una tasa de 221 cada 100.000 habitantes. De esas personas, el 96 por ciento son varones (cis). Del 4 por ciento restante, 3998 son mujeres (cis), 151 son mujeres trans y 23, varones trans. Los principales delitos por los que se encarcela a las mujeres están relacionados a la tenencia y comercialización de estupefacientes[2].
Charlamos de todo esto una tarde de otoño, con María, Ari y Pipi [3], en la casa que hoy habita la organización, en el barrio de Flores. Acá funcionan gran parte de las actividades y es espacio de referencia y encuentro. Acá sostienen los talleres, la producción y los espacios de reflexión, de pensamiento, de acompañamiento.
Ocupamos una salita en la planta alta, mientras abajo alguien enseña a serigrafiar, otrxs organizan stock de productos. Se escucha hablar de moldes y, entre tanto, llega alguien que acaba de salir en libertad y busca el “segundeo” ahí, en YoNoFui. Todo se cruza con todo: el adentro y el afuera, la reflexión y la acción, la producción y el acompañar.
Algunas ideas sobre el trabajo
Hace muchos años, cuando empezaron a juntarse afuera del Penal y necesitaron gestionar algo productivo, YoNoFui empezó a funcionar de modo cooperativo. Fue la forma que les salió naturalmente para ocuparse de un emprendimiento económico.
Enseñaban oficios, producían y salían a vender. Tiempo después de ejercerlo como práctica, formalizaron la figura de cooperativa, dentro de la cual hoy encaran los proyectos vinculados a la producción.
En ese marco, surgen discusiones al calor del trabajo, día a día. De la práctica a la teoría y vuelta. Qué hacer con la autoexplotación, cómo desarmar la idea de que alguien viene y te da una orden (“situación patrón”, dice Ari), cómo decidir juntxs un plan de producción, el manejo de los recursos, las ganancias; en fin, cómo implicarse.
Habla Pipi. Dice que el trabajo en una cooperativa es todo un proceso. “Quizás para nosotras, que venimos de la calle, de estar en cana, de chorear, del delito por así decirlo (no delincuentes como nos marcan), levantarse temprano todos los días es un hábito que te tenés que ir poniendo. Y para muchas compañeras es un montón, es un esfuerzo. Escucho a veces que dicen ‘no, la plata no nos alcanza, pero prefiero hacer esto que otra cosa y que me pase algo, no sé con quién quedarían mis hijos’. Ya no les da lo mismo, después de haber tenido un proceso colectivo”.
María aporta una clave para pensar: que el trabajo cooperativo involucra un vínculo de cuidado. “En una cooperativa, todxs son corresponsables”, dice. Y Pipi suma que en cada espacio, cada taller en YoNoFui tiene ese cuidado. “El segundeo, escuchar, los grupos de terapia, salud mental. Eso ayuda y es un ingrediente más para que las compañeras puedan estar en ese proceso, ir desarmando, desmenuzando los hábitos, lo personal, lo emocional”, rescata.
“Creo que una de las cosas fundamentales que hace YoNoFui es transformar los vínculos, poder generar vínculos con el otrx desde maneras más cuidadas, más segundeadoras”, redondea María, y Pipi remata “sin prejuicios, sin juzgar, sin acusar, sin ser esa vara, esa que todxs tenemos adentro”
Lenguajes artísticos y editorial
La pulsión editorial, la palabra situada, cómo nombrar: ese proceso que va de la experiencia a la forma de contarla, organizarla, transmitirla, y que implica pasarla por el cuerpo, es una de las claves que en gran parte moviliza y organiza el universo YoNoFui.
El colectivo siempre estuvo atravesado por los lenguajes artísticos, por origen, pero también por contagio, incluso en las dimensiones más productivas del proyecto. Una editorial es también un espacio de trabajo, lo mismo un taller serigráfico o un colectivo audiovisual.
Escribir (también leer, o hacer una foto, por ejemplo) representa una inflexión temporal: implica restarse del flujo de lo cotidiano para observar, reflexionar, transformar quizás. Entre las urgencias de las que se ocupa YoNoFui, este sigue siendo un corazón vivo.
Por eso aparece naturalmente la pregunta sobre el aporte que hacen los lenguajes artísticos. María busca la idea, y habla de otras formas de habitar y de pensarse, habla de que, en los espacios de trabajo con los lenguajes, sobre todo con la palabra, se habilita “revisar nuestras historias, nuestras trayectorias vitales, ponerlas en discusión con lxs otrxs”.
“Creo que hay algo de poder hacerlo que es interesante. A mí, personalmente, la escritura me sirve mucho para repensarme, o pensarme, en este mundo, en esta vida, con las personas que comparto. Hay mucho que pasa por ahí. También pienso en los espacios que tuvimos de dibujo, de gráfica, de pintura, de foto. Hay algo de la posibilidad de dialogar con nuestras emociones, con nuestras ideas, que ya es un montón”, completa.
Pipi aporta:“No es lo mismo expresar una emoción, que escribir esa emoción y profundizar. Yo, gracias a la escritura, pude ir desmenuzando mi historia y también transformando ese dolor en lucha. Eso fue lo que me dio a mí. Y es un montón, es un montón que esté sentada y te lo pueda decir, peleando conmigo misma, con mi pasado”.
Pipi agrega que no hay muchos espacios así, “no porque quiera quedar bien con YoNoFui (risas), sino porque en serio no encontré más que en la cárcel el taller de escritura. Pero no veo muchos espacios de escribir, pensar, problematizar, desarmar, reinventar, y sanar también, en cierta forma, reparar. Cómo una repara en la escritura”.
Ari suma que, algo de interés particular para YoNoFui en torno a los dispositivos y lenguajes artísticos, es cómo poder provocar ciertas disputas estéticas, “no sólo para nosotrxs, sino también para la ampliación del imaginario de los alrededores”. Pone de ejemplo las ideas que hay sobre las cárceles, que están ligadas a lo artístico: “La gente que no tiene relación con las cárceles las conoce por películas, por Hollywood, por documentales, por los libros que lee. Entonces, el imaginario es a través de movimientos estéticos. Nosotrxs planteamos: ¿cómo vamos a dar esa disputa? Porque nos importa. Me parece que en YoNoFui hay todo el tiempo una disputa por seguir las discusiones contemporáneas, y al mismo tiempo colocar las propias. Cuando hablamos de intervenir la Justicia, creo que también hay un enlace con lo estético. O sea, intervenir a través de lo estético, a través de un libro, de una muestra”.
Antes de terminar la ya larga charla, preguntamos por el nombre, el genial nombre que es una marca de la potencia creativa de la organización. “Fue una compañera, de las viejas del taller de poesía”, cuenta María.
Primero fue el nombre de una antología de poemas. “Estábamos ya por meter a imprenta el libro y no había título. Un día llegué al penal y dije: no me voy hasta que no lo tengamos”, cuenta María.
Ari interviene: “Y salían cosas como el respiro tras las rejas”; María, riéndose, suma: «o abriendo las cadenas”. Y sigue: “Eran todas unas cosas re melodramáticas y en un momento dije: basta chicas, si acá nos cagamos de risa, pasan un montón de cosas que están buenísimas, que sea un título que represente un poco el espíritu del taller”.
Ahí fue que una compañera, Ana Rosell, arriesgó: «Puede ser yo no fui. Si acá todas las que entramos decimos eso”. Fue una risa generalizada y un acuerdo unánime. “Después empezamos a pensar la interlínea en ese Yo no fui, digamos, lo que una no dejaba de ser por el hecho de estar presa”, reflexiona María.
Y cuando hubo que ponerle nombre al colectivo, decantó por ese mismo. Un nombre que no está exento de humor, ni de equívocos, como cuentan: “La otra vez una compañera dijo: Ay, pero yo voy a poder estar en el colectivo, porque yo sí fui».
[1] El área de segundeo es el área de acompañamiento integral. Hay abogadxs, pscólogxs y trabajadora social que lleva los trámites del día a día, así como un taller que llaman «Autonomía y Autogestión: herramientas para la gestión de la vida cotidiana» y un grupo terapéutico “Afectividades y Cuidados Colectivos” y un “Espacio para pensar las crianzas”.
[2] Datos extraídos del informe del Sistema Nacional de Estadística sobre Ejecución de la Pena, de la Dirección Nacional de Política Criminal en materia de Justicia y Legislación Penal, de la Subsecretaría de Política Criminal, Secretaría de Justicia, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación (2021).
[3]Al momento de hacer esta entrevista, Pipi vivía en la Casa Cultural Pringles, un espacio de refugio para víctimas de violencias y personas que no tienen hogar. Un centro cultural y político en la ciudad de Buenos Aires, donde habitan compaeras del Colectivo YoNoFui. El sábado 17 de junio, el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires realizó un desalojo violento, dejando a 10 mujeres y 12 niñes en la calle.